Derrota

Perdimos hace ya mucho tiempo,
nos enseñaron a movernos libres
pero sólo dentro de nuestro cerco.
Sangramos con educación,
morimos sin alzar la voz.
Perdimos por las malas cartas,
porque Dios tiró malos dados,
porque la derrota es cómoda
y las heridas son caras.
El problema se autosustenta,
está contenido en sí mismo
y simula en su piel
varias soluciones a sus consecuencias
y a su propio paroxismo.
Perdimos cuando nos quedamos dormidos,
cuando delegamos
la custodia de la llave de nuestra vida
a un santo con cara de sumidero
y voz de abismo.
Perdimos, perdemos y perderemos
porque las cadenas no suenan
si el esclavo se está quieto.

 

El único consuelo que queda es soñar con un glorioso empate, con una catástrofe que transforme su victoria en un pozo de arena y sal. Los perdedores tenemos como fin el forzar la maquinaria lo suficiente para que se haga disfuncional, para que la maravilla colapse bajo su propio éxito. Necesitamos palés de espiochas y una planicie nevada, un piolet en cada idea, un chorro de gasolina sobre la tolerancia y el respeto, un altar en cada casa para ensalzar la gloria del caos.
El único consuelo que queda es intentar que cada uno de los monstruos que ganaron, despierten sudorosos en mitad de la noche esperando encontrarse un besito en la nuca, una caja de bombones bajo su coche, un paraíso para los suyos, la vida en sus carnes.

 

P.D: Esto va por toooodos mis lector.

De lejos

El problema de todas mis soluciones
murió en el Mediterráneo.
Un día saltó con la mirada
y al suelo sólo llegó un trozo de risa,
volvió por el caminito de siempre,
se rió con una herida tan ajena
que era lo único que tenía,
se ahogó en un desierto de franela
y despertó con un ruido blanco
atravesando el globo de sus luces.
La sed de todas mis fuentes
murió en el Mediterráneo.
Una noche se desdijo de su sangre
y se le cayeron los tuétanos
como se desprende un velo,
el aire le acarició las costuras,
se entregó al perfecto espectáculo
del mármol y el alma,
dejó su cueva y se extirpó las raíces
como quien quita la nata.

Mi mundo murió en el Mediterráneo,
mi ilusión viste de luto.

 

P.D: Y sin embargo se mueve.

Antes, después

Porque antes de jugar
con las mareas de debajo de tu falda de arena,
hay un abrazo de cal
y una sombra milenaria
que arde en llamaradas verdes.
Después hay pecios de vida
y una tumba de cristal que te mata
para que formes parte de ella.
Antes de todo
hay un susurro con paredes grises y desconchadas,
un grito que rebota contra el cielo
y baja cuando le apetece.
Después puede que haya espuma
y un escalofrío que respira de ti,
de tus entrañas.
Vive de tu aire,
muere a cada momento.

 

P.D: Durante.

No tiembles, Marty

El otro día me miraba en uno de mis abismos preferidos. Él, como suele pasar, me devolvía la mirada, tan desafiante como indefenso, sabiendo ambos que su silencio es pura apariencia y que siempre grita callado esperando que alguien se le una. Miraba dentro de mí y yo me observaba en su frágil oscuridad. Era como cuando no salté, como aquella vez que no me atreví, que me atreví pero no quise, que quise pero no pude, que pude pero fingí que no podía.

¿Y qué?

¿Y qué quiero recriminarme? Tengo atado, en teoría, todo un multiverso completo con cuerdas nanoscópicas y cambiantes, ¿qué pretendo aprender ahora? Me divierto hurgando en la pus de todas las cicatrices que podría haberme ahorrado y observando cómo la cuarta dimensión, céteris páribus de las tres primeras, se dobla y desdobla para delante y para atrás, haciendo una proyección en blanco y negro de todas las ventajas que habrían tenido mis decisiones alternativas. Me quedo embobado viendo cómo desfilan ante mí, tatuadas en la piel del abismo, un sinfín de realidades en las que soy exactamente igual de infeliz pero de distinta manera.

 

P.D: Antonio, hijo, pa esto no vuelvas.

Volvencias

A ratos apetece follar con la Tierra,
volver a donde se vuelve,
zambullirse de cara en el cuerpo
de nuestra pequeña patria,
disfrutando del olor y las carnes
que sólo tienen los recuerdos vivos.
Amasar, tocar, leer con los dedos
la áspera acogida
y el fino tacto.

 

P.D: Pero fuerte.

Sudario

[…] Si bien es cierto que nunca fui un hombre religioso, me aqueja una divina tendencia a la resurrección. Varias veces me ha matado una mujer junto con todas mis ilusiones y mis ganas de ilusionarme dejando un deshecho, un cadáver con vida. El caso es que, por más empeño que uno le pone a su papel de finado, con el tiempo me fallan las fuerzas, me vence la inercia y vuelvo a la vida. Quizás tardo en manifestarme, quizás me sigo haciendo el muerto durante un tiempo pero ni dura mucho ni cuenta con más credibilidad  que el niño que se hace el dormido. Al final renazco a regañadientes y fingiendo un enfado que me queda grande pero que mantengo con esmero. Me esfuerzo en retrasar el dichoso tercer día, da igual si es el cuarto o el quinto y da igual si son meses o años, ése que me desvela y me fuerza a abrir los ojos con la actitud  con la que se deja en evidencia a una hoja que se hace la rama, a una ola que se hace la cobarde, a una pluma que se hace la piedra; me obliga a sentir como un niño que se hace el poeta, como un hombre que se hace el niño.

 

P.D: INRI.

Postal (II)

Mi oscuridad no deja escaparse la luz.

El otro día me di un baño en la playa. Nadie la frecuenta y eso es muy favorecedor. Virginal, silenciosa y sola. Está tan cambiada que es como siempre. Aún recuerdo cuando ibas allí a ahogarte y al cabo de unos días yo me acercaba a recoger tu sonriente cadáver. No creo que vuelva, cada día me gusta menos la Naturaleza y la falta de acondicionamientos que encuentro fuera del laboratorio. Y eso que ni el agua estaba tan fría ni el sol calentaba tanto. Imagino que el mar parece más hermoso cuando posa para las hipérboles.

P.D: Eternamente suyo.

Postal (I)

Tu luz no entiende de justicia.

Puedes vivir en la montaña que me mató sin que te falte el oxígeno. Es admirable, siempre fuiste una versión mejorada de lo que mi mejor versión siempre quiso ser. No le guardas rencor y no debes hacerlo, sería irracional culparla a ella de haber planeado fríamente su altura, sus avalanchas, su frío, los osos, la lava… bueno, igual no había lava porque no es un volcán, pero recuerdo algo de fuego, algo de tuétano ardiendo. Me mató y, por lo que sea, nunca volví a ser el mismo. Ahora te veo beber del dulce arroyo, pisar hojas secas y sestear a la sombra. Me alegro y me preocupo. Ojalá puedas vivir ahí con la misma intensidad con la que yo dejé de hacerlo.

P.D: Eternamente efímero.

TAB con azúcar

Se ha quedado otro muerto
sin salir,
sonríe a las cristalinas paredes
que lo muestran,
golpe de cuarzo,
el lomo gris
de una gris serpiente
raspa lo que resta
de ganas de placer
y la vida se revoca
por unanimidad.

Se libera un grito
verde y filoso
de los brazos
que fijan todo
a todo lo ordenado,
implosión de luz,
cada metro
tira de cada metro
en una orgía de inercia
y la vida se desboca
por una nimiedad.

Si caemos es porque nos tiran
y porque está decidido
que todo dependa del azar,
todo explota y queda
como factor estable
de una cadena efímera
y eterna
que se sujeta a la nada,
como pretendiendo que no escape,
como intentando poner en valor
ése punto arbitrario
que hay junto a otro punto cualquiera.
Y la vida se desnuca
por alguna pamplina.

 

P.D: Creo que funciona así hasta que tomas litio.