Perdimos hace ya mucho tiempo,
nos enseñaron a movernos libres
pero sólo dentro de nuestro cerco.
Sangramos con educación,
morimos sin alzar la voz.
Perdimos por las malas cartas,
porque Dios tiró malos dados,
porque la derrota es cómoda
y las heridas son caras.
El problema se autosustenta,
está contenido en sí mismo
y simula en su piel
varias soluciones a sus consecuencias
y a su propio paroxismo.
Perdimos cuando nos quedamos dormidos,
cuando delegamos
la custodia de la llave de nuestra vida
a un santo con cara de sumidero
y voz de abismo.
Perdimos, perdemos y perderemos
porque las cadenas no suenan
si el esclavo se está quieto.
El único consuelo que queda es soñar con un glorioso empate, con una catástrofe que transforme su victoria en un pozo de arena y sal. Los perdedores tenemos como fin el forzar la maquinaria lo suficiente para que se haga disfuncional, para que la maravilla colapse bajo su propio éxito. Necesitamos palés de espiochas y una planicie nevada, un piolet en cada idea, un chorro de gasolina sobre la tolerancia y el respeto, un altar en cada casa para ensalzar la gloria del caos.
El único consuelo que queda es intentar que cada uno de los monstruos que ganaron, despierten sudorosos en mitad de la noche esperando encontrarse un besito en la nuca, una caja de bombones bajo su coche, un paraíso para los suyos, la vida en sus carnes.
P.D: Esto va por toooodos mis lector.